Un acontecimiento sublime acaece:
Después de varios años adormecido,
nos refieren que hace unas horas,
acompañando al amanecer, con la aurora,
un anónimo poeta se despereza.

La cita resuena en su interior.
La pausa quedó en el pasado.
Mientras soñaba con placidez,
sus pasiones resonaban, recogiendo
ciertas experiencias y leyendas.

¡Abre los ojos y observa alrededor!
¿Dónde hemos despertado esta vez?,
pregunta el poema al poeta.
¿Quién es el afortunado personaje
presto a recibir la inspiración?

Todavía no ha recogido el regalo.
Ni por asomo lo espera.
Llega revestido de sorpresa.
Su mente teje los mensajes,
formando rimas poéticas.

Se descubre hablando en pareados,
cree haber perdido la cordura.
Sin apenas consciencia, toma un lápiz,
papel y espacio, y con embeleso
escribe su primer verso.

Luego, ni se atreve a leerlo.
Carece de conocimiento cierto
sobre lo que acaba de comunicar,
fruto de la alianza entre su mano y el lapicero
que traspasa máximas versadas al pliego.

El poema recién llegado
viene de una fascinante musa que
viaja de asistente, no de invitada,
del escribano novel interesado
en las nuevas estrofas enroscadas.

Los poemas así inculcados
logran estimular, con ceremonia,
al héroe que con sutileza y obstinación,
se atreve con la vocación de poeta
y redacta inéditas poesías que deleitan.

María Teresa Rodríguez Cabrera
23-11-2014