La tengo bien agarradita en mi mano
pequeña, dorada, brillante, perfecta.
No sé qué potencial anida en su interior,
si es flor, fruta, legumbre, o planta aromática,
pero, ¿y si no es semilla de tierra sino de alma?
Qué digo, ¿semilla de alma?, ¿y eso qué es?
Al demandar una cualidad al universo
este responde plantando una semilla
en el interior con su potencialidad completa.
No da el fruto maduro, sino la posibilidad
de obtenerlo por los propios méritos.
¿Qué sería de la evolución humana
si la divina providencia se saltara los pasos
y nos regalara eso que buscamos
sin que realicemos el esfuerzo requerido?
Es posible que sigamos pidiendo
sin saber, como seres ignorantes,
que no nos llegará llovida del cielo
ya desarrollada y dispuesta al uso.
No suele ser así, recuérdalo siempre.
La semilla, una vez depositada con amor,
precisa que sepamos de su presencia,
la reguemos con proyectos y acciones,
para que crezca, fructifique, aflore,
y se convierta en la cualidad requerida.
Lo que nos envía son las posibilidades,
ya activadas, con poder y calidad,
pendientes de que nosotros la cuidemos
como buenos jardineros, conscientes
de lo que albergan en su interior.
Ese oro demandado tan especial
es consecuencia de los cuidados personales
que le damos a nuestra espléndida semilla
alojada en el jardín del corazón
floreciendo plena de vida y esperanza,
resultado de las atenciones requeridos
que le ha otorgado la sabiduría ancestral
que valora la importancia de su contenido.
María Teresa Rodríguez Cabrera
6 – 7 – 2017 – Semilla 5

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