Me asomo a la ventana…, el cielo sigue como siempre azul intenso o mostrando su techo con nubes blancas y negras que viajan allá donde su amigo el viento las lleva; el mar, cercano, regala sus matices desde el gris perla hasta el azul y verde, con sus preciosas puntillas tejidas con hilos de luz, según el día amanezca y el sol le incida. Los coches, como hormiguitas, van pasando lentamente, uno a uno, hacia ese lugar imprescindible al que su ocupante necesita marchar. Las personas, ¿dónde están?, no las veo, pero sí sé que hay muchas detrás de las ventanas abiertas, con sus luces interiores encendidas, y en las terrazas donde se sientan a desayunar o tomar el sol o leer o a jugar con los niños.
La calle está desierta, ¿sucede algo especial? ¡Hola, hola, hola, ¿hay alguien ahí?! Solo recibo respuestas desde dentro de casa. Hay momentos en los que me encuentro calmada y serena, y otros en los que las dudas y la incertidumbre me quieren absorber, pero yo no les dejo.
Sigo en pie con toda la ilusión de vivir el momento que sé que es único, que llega, se va y no vuelve. Se trata del aquí y ahora, del periodo en el que yo escribo y tú lees. Ya sé que son diferentes en el espacio-tiempo de ambos, pero únicos, en el mío ahora y en el tuyo después.
El silencio de la calle es ensordecedor, no hay niños jugando en el parque, ni se escucha el run run de los coches pasando rápidos por la carretera. En casa también se disfruta de ese silencio roto solo por las palabras que compartimos los ocupantes de la misma –porque yo no estoy sola y eso es de agradecer-, o por el sonido de la tecnología que nos acompaña.
Nunca antes hemos valorado tanto los medios de comunicación como en estas circunstancias en las que si estamos lejos de los seres queridos, es posible hablar con ellos y verlos, y sentir por sus voces y risas, que están un poco más cerca, casi rozándonos con la mirada y sonriéndonos. Es lo que tiene la época, la globalización tecnológica.
Pero en verdad, ¿qué es lo que ha causado esta imagen tan distinta a la habitual? ¿Por qué los niños no están en los colegios y los jóvenes en la universidad? Solo un acontecimiento de fuerza mayor causa este desequilibrio en la sociedad. Los padres están en casa cuidando de los niños y trabajando desde aquí. ¡Lo nunca antes visto!
Desde un punto de vista espiritual, ¿está cambiando la sociedad por estos acontecimientos? Según algunas creencias evolutivas: “lo que importa de verdad no es lo que vives, sino cómo lo vives”. Así que en estas circunstancias es necesario mirar en la ventana interior y ver los sentimientos y emociones, las reflexiones, la forma de enfrentar los sucesos que vivimos. Todo ello es lo que vamos a ver a través de ese espejo en el que no solo se refleja lo de afuera, sino que nos enseña nuestros sentimientos profundos para bocetar en qué punto de la propia evolución personal y planetaria nos encontramos.
Junto a los posibles miedos, aparecen las creencias más sagradas en Dios y los seres que entendemos son de luz y nos van a ayudar en la superación de esta situación inesperada e insólita. Sacamos la mejor parte de nosotros, henchimos el pecho con una respiración profunda y nos preparamos, cada mañana al levantarnos, para vivir un día más de estancia en casa o en esos trabajos de primera línea que son imprescindibles y el resto de la población agradece y aplaude con entusiasmo y admiración.
Desde la ventana interior, en el corazón de luz que poseemos, todo se percibe envuelto en rayos dorados con matices arcoíris. Es momento de manifestar la fe y la esperanza en que esta sociedad mundial va a abrir los ojos y darse cuenta de que la economía, las fronteras, el dinero o la bolsa, no son tan importantes como el humano cree; lo que importa es el ser vivo, sus experiencias, la familia, tener alegrías, la supervivencia, en definitiva disfrutar de un país en donde se pueda vivir en libertad compartiendo las ilusiones y que el motivo de aliento de cada día no sea a través de “El tiempo es dinero”, sino que los valores artísticos cobren más vida y nos digan que “El tiempo es arte”.
Al asilarme de lo que sucede y respirar tranquila por un tiempo, a través de la ventana veo ese cielo que me sonríe, los pájaros que vuelan ajenos a nuestro drama del momento, ese mar cuyas olas me traen mensajes de los delfines que con sus sonidos nos dicen: “Os estamos ayudando, la sanación del humano y del planeta llegará pronto”.
Mientras llega… Yo me asomo a la ventana y os cuento…
María Teresa Rodríguez Cabrera
Alicante 26 de marzo de 2020
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