Buenos días, Dios, te saludo al despertar.
Mi corazón te espera esta mañana
para juntos decidir qué hacer,
cómo y cuándo vamos a explorar
más allá del horizonte humano.

Ya sabes, Dios, que esta vida es difícil,
que cada momento es único
y se guarda en tu infinito cofre,
donde los tesoros más preciados,
como yo, están custodiados siempre
por tus ángeles de amor y luz
que me protegen todo el tiempo.

Dime, amado Dios, por qué no te veo,
sé que vives en mí, conmigo, aquí,
pero no puedo tocarte ni mirarte,
sólo si cierro los ojos te siento cerca.
Ese candor propio de ti, Ser amado,
me aproxima a las profundidades,
a la insondable infinitud atemporal
de dónde ambos venimos.

Nos amamos, Dios, desde los orígenes,
y en este mundo creado para nosotros
tus huestes angélicas nos cuidan,
protegen y se acercan en tu nombre,
susurrando buenas intenciones.

No me dejes, Dios, quédate, ven a mí,
esta vida no es lo mismo
si Tú no la presides y te presentas
como el Ser más bondadoso y especial
que conozco desde mi nacimiento.

Tú y yo, querido Dios, vivimos juntos
aquí y ahora, y durante toda la eternidad.

20 – 11 – 2024
María Teresa Rodríguez Cabrera
Poeta Generacional
Literata Consejera
Generación del 23 Parnaso Siglo XXI